Ya te vi, Caperucito © Loli Pérez González
Ahí está el autobús, se me asemeja una ballena, que me va a tragar, y me llevará en su vientre viajando a través del mar de asfalto, a tu lado. Te acuerdas, me llamabas caperucito.
Debo pasar inadvertido, con mi capa invisible, como Harry Potter, espero detrás del muro y cuando una mujer que podría ser mi madre, sube yo detrás, me siento al lado de la ventanilla.
Me pongo los cascos, la música a todo volumen, no quiero escuchar lo que me dice mi mente, ni la vieja que se ha sentado a mi lado, cierro los ojos, me hago el dormido.
―¿Vas solo hijito?
―No mi madre viene atrás ― miento― procuro que no note que me tiembla la voz, las rodillas, casi me hago pis.
Mi abuelo, debo ver a mi abuelo. El me lo dirá.
Lo calculé todo muy bien. No me echaran de menos hasta la hora de la cena, le dije a mama, que hoy comía en casa de Carlitos, haríamos los deberes y después echaríamos una partida de Dofus, y luego jugaríamos a fútbol, siempre nos anochece. Un día vino a buscarme mama, muy preocupada. Cuando llegue la hora de cenar, llamará a casa de Carlitos.
― No te preocupes mama, sé cuidarme bien.
El sol me calienta la cabeza, debí ponerme al otro lado. Mi madre llorará, y mi padre dirá tacos, gritara como siempre. Abuelo, espera a que llegue, me tienes que contar lo que pasó.
Anoche soñé contigo, me hablabas con un nudo en la garganta, no te pude entender, pero supe que necesitabas verme. Hay un rebaño de ovejas, dispersas por el prado, inmóviles, como alfileres clavados en un cojín, pastando confiadas. No está el lobo feroz. Se comen las amapolas, y las campanillas, y la carrihuela. Pero no les gustan los jaramagos. No las cuento que me duermo, adiós ovejas.
Otra parada, en este pueblo pequeño, con el viejo castillo de piedras, el cementerio encima de un cerro, veo sus tumbas, me intimidan. Abuelo, espera que ya voy.
Se me cierran los ojos, no quiero dormir. No pasaré por la plaza del pueblo, donde tú jugabas al dómino bajo un árbol con tus amigos, viejos arrugados sujetándose con el bastón entre las piernas, jugando a atrapar moscas con sus escupitajos verdes.
No abuelo, no te vayas, aguarda que ya llego.
Por el ojo de la ballena aparece la montaña gris, pelada, igual que la cabeza de un indio, que se durmió y quedó petrificado. Por favor, por favor que no me duerma yo.
Me suenan las tripas, y tengo sed, pero agarré provisiones, galletas, un paquete de caramelos, una tableta de chocolate, me olvidé el agua, me muero de sed. Mamá siempre que iba de excursión, metía la botella de agua en la mochila ― por si te da sed― Mamá no quiero que llores, pero no podía hacerlo de otra forma, yo lo arreglaré todo, hablaré con el abuelo, podremos volver a estar juntos otra vez.
Miro a lo lejos a través del ojo de la ballena el horizonte me trae el recuerdo tu voz contenida:
―Es mejor así, no insistas cariñito ― me decías cuando te preguntaba por qué no íbamos a ver al abuelo. Quiero abrazarlo, que me pinche con su barba de tres días, que me eche un pulso con sus manos sarmentosas y fuertes. Que me cuente lo que pasó.
―Son cosas de mayores, hijo ― me dijo papá y no quiso hablar más del tema. Y yo sé que son cosas de tontos, de tontos muy grandes y muy viejos, que no saben perdonar, que no les importa que yo lo eche tanto de menos.
Nubarrones oscuros llenan el cielo, me da miedo la tormenta, los relámpagos, los rayos, la lluvia. Mocoso miedica eso me decían en el colegio, cuando me tapaba los oídos para no escuchar los truenos, para no escuchar los insultos del “Rata”, el matón de la clase.
Hoy voy dentro de una ballena, oculto en mi capa invisible, no tengo miedo, me siento mayor.
Pero tú lo sabes abuelo, y me lo tienes que decir. Yo soy sangre tuya abuelo, te pondrás contento cuando llegue, igual que Güepeto cuando volvió Pinocho.
Ya estoy cerca, cientos de olivos alineados, verdes, frondosos, sin hierva entre las hileras, como a ti te gustaba abuelo, sin malas hiervas, ¿acaso yo soy una? ¿Y por eso no quieres verme? ¿ o fue por algo que te dijo mamá?
No puede ser, tú me llevabas siempre de tu mano, a buscar nidos y cuando te cansabas nos sentábamos sobre una piedra y comíamos caramelos, abuelo, tú dejaste el tabaco por los caramelos, porque querías ver cómo me hacía grande. No abuelo, no puedes negarte a verme y dejarme con la duda. Tienes que seguir contándome historias, de cuando eras joven, y estuviste en el frente, y te hicieron el tatuaje en el brazo, por si te mataban. Y cómo conseguiste enamorar a la abuela, con las cartas tan bonitas que le escribías y lo triste que quedaste cuando murió y volviste a escribirle.
Mamá dice que arrancaste el cable del teléfono, y lo llevaste enrollado en el aparato a Telefónica, y les dijiste que no querías saber nada de nadie, que no lo quisieron coger y tú lo dejaste allí. Estabas enfadado con todos, con el mundo ¿qué te pasó? Pero conmigo no, abuelo, yo te quiero más que nadie, cuando llegue nos iremos a cazar con “linda” tu perra, y yo recogeré las perdices que mates, y nos las comeremos y seremos felices. Volveremos al río a coger cangrejos, ya no me dan miedo sus pinzas, recuerda me enseñaste a agarrarlos para que no me pellizcasen.
¿Qué pasó abuelo?¿Ya no soy tu nieto? ¿Ya no me quieres? Lloro sin querer, no quiero que nadie me vea así.
La ballena nada lenta, acelera, siento el ruido del motor en mis tripas. Ya casi llega.
Corro hacia tu casa, que parece de chocolate blanco. Toco el timbre, pego con los puños cerrados y grito:
―¡Abuelo, abuelo, ábreme la puerta, que soy yo!
Me abre una señora vestida de blanco. Con guantes de látex, cara de lobo feroz y cuerpo de guarda jurado. Entro corriendo a tu cuarto. Estás en la cama, con la mirada perdida por la ventana y la boca abierta, babeando. No sé si me ves, no sabes mi nombre, ni qué hago aquí. Pero te abrazo y lloro sobre tu pecho. Y pienso que tú me reconoces, lloras también. Aunque no recuerdes mi nombre. Y no puedas hablarme. Acaricias mi cabeza y sólo me dices:
―Ya te vi, Caperucito.
Pues lo que te comenté. Me parece muy acertado la dsripción dle viaje en autobús como ir dentro de una ballena y todas las comparaciones del niño como la casita de chocolate blanco...
ResponderEliminarLa idea del título Caperucito que va a casa del abuelito, me gusta mucho este cuento.
Gracias Pablo, por leerlo y comentarlo.
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