Bajo ese árbol se encontraban cada tarde. No eran más que unos adolescentes que imaginaban cómo serían sus vidas. Ella quería ser funambulista, él sería trovador. Marcaron en el tronco sus iniciales unidas por una flecha que atravesaba un corazón.
Pasaron los años, dejaron de verse bajo el árbol. Decidieron darse un tiempo. Olvidaron sus promesas, se olvidaron de ellos mismos y del árbol que tanto le gustaba escucharlos. Pero él no los olvidó y con ese abrazo de sus ramas les recuerda que existieron aquellos días, mientras cicatriza, el corazón incrustado en su tronco.