Allí estaba, en mitad de su charca. Sola, infinitamente sola. Irremediablemente sola.
De nada le valían sus tropecientos amigos del feis, ni los otros tantos del msn.
La soledad no perdona, se dijo, está siempre al acecho.
Hoy era uno de esos días que nadie contesta al teléfono. Hubiera querido ir al cine, a tomar un cafecito, hacía mucho calor. Pero una tortuga sola, sentada en una terraza sería sospechosa, y no quería ver las caras lastimeras de los transeúntes, que la mirarían de reojo al pasar.
Así que alargó su cuello, entonó una canción y con los ojos cerrados imaginaba que andaba descalza por una orilla lejana, sintiendo las olas del mar lamer sus pies, mientras flotaba en su charca solitaria...
sábado, 4 de septiembre de 2010
La tortuguita
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En esos casos de soledad crónica ni los amigos del féis ni los del mensajero, ¿verdad?
ResponderEliminarPor Dios, cuánta soledad.
¡Un besazo, hermosa! También te extrañé un montón en mis vacaciones, pero heme aquí de regreso. Más radiante que nunca :D
Mucha luz.