domingo, 21 de junio de 2009

Clase XL Relato: Alcoba con vistas al Jardín



Erase una vez...

Propuesta de la semana:

Nuevamente, vamos a intentar la creación de un escenario, pero en esta ocasión procuraremos que aquel salón añoso, aquel barrio popular, aquel palacio decimonónico, aquella casa de nuestra ficción represente algo más que el lugar: representará también una época, una situación social, un momento determinado.


Alcoba con vistas al Jardín © Loli Pérez González


Reza un refrán sobre las mujeres de mi pueblo: «Que la que no es puta, es coja».
Por aquel entonces yo no era puta ni coja. Caminaba hacia aquel Jardín, donde las mujeres de mi pueblo pasaban a ser una u otra cosa, según les fuera con Él. Me remangué la enagua. Intentaba que las alpargatas no se me quedaran clavadas y perdidas en el barro.
Unos arrieros, guiando una recua de mulas cargadas, se cruzaron conmigo. Me miraron de arriba abajo, cuchicheando entre ellos. ¿Alguno habría enviado a su mujer allí? Era posible, pero lo negaría hasta la muerte. Andaba lo más deprisa que me permitían mis pies; pronto amanecería y no quería cruzarme con los labriegos que llevaban la fruta y la leche recién ordeñada al pueblo a través de aquel camino que discurría con forma de serpiente, descabezada por la zanja del nuevo ferrocarril, dónde más de uno perdía pie. Aquella era la trampa. Allí te arrojaban si no dabas la talla.
Entre las mujeres de mi familia me eligieron a mí para pagar la deuda. Habíamos vendido la mula, los jamones de la matanza y casi no nos quedaba aceite ni grano para terminar el año.
Mi esposo sentado frente a la chimenea, escondiendo la cabeza entre sus asperas manos, con la vista fija en las losas del suelo, asintió. Nosotros éramos los que teníamos menos que perder, según mi comadre. Llevábamos dos años de casados, no habíamos tenido descendencia y andábamos juntos, pero cada uno agazapado en su soledad.
Aún me mantenía lozana y de todos era sabido que sólo había conocido a un varón: mi esposo y eso a Él, le complacía.
Desde que volvió de la Corte nos atenazaba con altos impuestos; Las familias al borde de la ruina y del hambre, enviaban a una de sus mujeres para que Él la gozara y quedar en paz por un tiempo. Él era la autoridad, Él tenía el poder, podía mandar a nuestros hombres a la cárcel, a la guerra, y tú solo podías ir allí y perder tu honra. Para después ser tildada de puta para el resto de tu vida o volver coja, pero siempre marcada.
Cuando llegué, me hicieron pasar a través del Jardín inmenso. Grandes árboles cobijaban infinidad de pájaros que, con sus trinos, atenuaron mi temor. El sonido del agua en las fuentes, el frescor de las sombras, el olor de las magnolias, de la higuera y la madreselva, hicieron que me calmara. Sentí que en un lugar tan bello no podría pasarme nada malo, incluso que podría morir allí con gusto. Una criada me llevó a la presencia de un hombre afrancesado, ayuda de cámara de Él, que me escudriñó de pies a cabeza. Sentí como su mirada me traspasaba y me pidió que me desnudara. Enrojecí de cólera y negué con la cabeza.

— Mejor, llévala a bañar primero. Que la dejen toda sin vello y después la examine el doctor. Cuando esté lista la lleváis a “La Alcoba con vistas al Jardín”.

Respiré aliviada, pero el alivio no duró mucho. Después de un baño asistido por dos mujeres que me restregaron con un estropajo de esparto y jabón perfumado, me untaron de aceites aromáticos tras la tortura de arrancarme todo el vello de mi cuerpo. «¡Malditos gabachos!». Después me dejaron en una sala donde un caballero de pelo gris y andar lento vino hasta mi. Miró mi boca, igual que si examinara a una yegua para vender en la feria, con sus manos regordetas, palpó mis pechos y me tendió un camisón transparente. Me pidió que me tumbara en la cama, que abriera las piernas y hundió su dedo índice en mi sexo, sin importarle mi dolor ni mi vergüenza. Se lo pasó por la nariz como si se tratara de un puro habano y después de lavarse las manos con jabón en una jofaina, salió de la habitación sin decir nada.
Lloré en silencio, encogí las rodillas y las apreté fuertemente contra mi pecho. El Jardín me mintió: allí sí me podían hacer daño, mucho daño.
Me había quedado dormida, cuando la criada entró. Me trajo una bandeja con un picatoste y un tazón de leche de cabra. Aunque me dolía el estómago vacío no quería comer, no quería estar allí.
—Anda niña, come algo, y te pones ese vestido, que el día va a ser largo. No sea que te desmayes y quita esa cara de gallina poniendo un huevo, que el señor no es tan malo como parlotean las malas lenguas.—
La miré incrédula pero un tanto aliviada. Quería, quería creerla pero no sabía lo que me esperaba y no me atrevía a preguntarle a aquella mujer corpulenta y de cara bonachona. Y comí. En mi casa apenas había bebido un tazón de malta aguado, no había para más.
La mujer, me ayudó a ponerme un vestido escotado de raso rojo, con unas enaguas de encaje, medias blancas y unos zapatitos compañeros con un lazo zapatero, guantes blancos al codo y un chal. También me acomodó el pelo en un moño y me pintó la cara. La acompañé, temblando hasta el Jardín, que de nuevo me envolvió con sus sonidos, sus olores y su belleza. El paraíso debía ser algo parecido, pensé. Lo árboles formaban un túnel, con fuentes alineadas. Al fondo un cenador con forma de tazón, y la alberca redonda con una fuente en medio rodeada de parterres. El sonido del agua jugando y saltando en las fuentes calmó mi tembladera. Cuando llegó Él y me ofreció su brazo para pasear por el Jardín, me agarré con una naturalidad que me sorprendió. Lo acompañé a la ermita contigua al Jardín y nos arrodillamos frente al altar, a un lado del pasillo cubierto por lápidas con nombres de sus antepasados. Parecía un hombre devoto y lleno de refinamiento, pero en su mirada había algo extraviado. No podía calcular su edad, suspendida en el tiempo. Puede que rondara los sesenta, pero se mantenía fuerte, ágil. De manos finas, blancas y dedos largos, se notaba que la vida lo había tratado bien.
Dejamos la ermita y me llevó a una sala dónde había una gran chimenea y una abigarrada biblioteca. Cogió un libro y me pidió que le leyera en el Jardín. Enrojecí, yo no sabía leer, así que abrí el libro por una página cualquiera y empecé a recitarle un poema que conocía: “La cautiva”.
—Sigue mujer, no calles aún.
Seguí con “La canción del pirata”. Me las sabía de memoria. Me miró sorprendido, pero no dijo nada. Mientras un pavo real hacía la rueda extendiendo sus hermosas plumas a nuestro alrededor.
Luego me empezó a encuerar pieza por pieza. Descalzó los zapatos y los olió; acarició la planta de mis pies con el mango de un látigo parecido al que usaban los cocheros; Lo puso en mis manos y quiso que lo blandiera a su lado. Yo no entendía nada. La noche anterior me acuciaron pesadillas dónde Él se precipitaba sobre mí, forzándome con brutalidad. Iba preparada para eso, no para lo que estaba ocurriendo, nunca entenderé porqué nuestra mente suele imaginar siempre lo más terrible.
Así pasamos un tiempo, dentro de la alcoba con vistas al Jardín. Me pedía hacer cosas extrañas para mí, cosas que jamás me atreveré a contar a nadie, que yo nunca hubiera podido imaginar que a un hombre le pudieran causar placer, a Él le extasiaban.
Quedé preñada. Cuando mi vientre empezó a engordar me repudió, pero me permitió quedarme hasta que nació mi niña. La tuve que abandonar cuando se destetó y Él me pidió que me marchara. Lloré, le imploré pero fué como golpearme la cabeza contra la pared, ya no le importaba nada, me miró con frialdad y me dió la espalda, eso sí con mucha finura.
Quizá fuera mejor así, me moría de celos cada vez que veía llegar a una mujer nueva, envuelta en sus harapos de campesina como una oruga y luego verla transformaba en mariposa revoloteando por la inmensidad del Jardín.
Dentro de mi hatillo metió una bolsa con monedas y ordenó que me llevaran en carruaje hasta la estación del pueblo. Sentí que no podía volver a mi antigua casa, ni mucho menos con mi esposo, al que ya nunca podría volver a mirar a la cara.
Yo ya no era yo, era una loca que buscaba una alcoba con vistas a un Jardín.
Sentada en la estación, esperé el primer tren que me llevase lejos.

1 comentario:

  1. Hola, compañera.
    FELICIDADES POR TU TRABAJO EN ESTE BLOG.
    Soy el creador de “Panorámica Cazorlense”, entre otros blogs, y he entrado al tuyo para invitarte al “I Evento Blog Rural Ciudad de Cazorla”. Quisiera comunicarte que estoy organizado dicho Evento Blog, en Cazorla (mi pueblo), para los días 3, 4 y 5 de Julio. Espero que me comentes y estés interesada en formar parte de esta iniciativa, donde podremos exponer nuestros blogs, libros, fotografías, creaciones propias, etc. y además pasar un fin de semana en contacto con la naturaleza.
    Bueno, espero tu contestación, y si no es mucho pedir, hazlo saber a tus contactos que pudieran estar interesados.
    Un cordial saludo, y muchísimas gracias.

    (Pd. Si quieres puedes destruir este mensaje una vez leído)

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